domingo, 8 de abril de 2007

Cuento amargo de septiembre

En Villanueva de la Vera se invita al viajero a visitar su casco histórico y al mismo tiempo a observar viejas tarjetas postales y fotos que la representan como era: la misma plaza, idéntica pero con una farola en lugar del aparcamiento de coches, la ermita en el lugar del Centro de salud, los lavaderos en el lugar de la nueva ermita, las casuchas del siglo XIX en lugar de las casas grandes y habitables. Dos hombres por la Calleja del Moral en lugar del edificio múltiple y sus amplias calles. Una pared de piedra de una calleja sustituida por una pared de bloques de cemento.
Puede ocurrir que para no decepcionar a los habitantes del pueblo, el viajero elogie el casco antiguo de las postales y le prefiera al presente, aunque cuidándose de contener dentro de los límites precisos su pesadumbre ante los cambios; reconociendo que la magnificencia y prosperidad de Villanueva convertida en un pueblo moderno, comparado con la vieja Villanueva pueblerina, no compensan cierta gracia perdida, que sin embargo se puede disfrutar sólo en las viejas fotos y postales, mientras que antes con la Villanueva pueblerina delante de los ojos, de gracioso y moderno no se veía realmente nada, y mucho menos se vería hoy si Villanueva hubiese permanecido igual, y de todos modos el pueblo moderno tiene este atractivo más: que a través de lo que ha llegado a ser se puede evocar con nostalgia lo que fue.
Hay que guardarse de decirles que a veces pueblos diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre si. En ocasiones hasta los nombres de los habitantes permanecen iguales, y el acento de las voces, e incluso las facciones; pero los dioses que habitan bajo esos nombres y en ese sitio han sido anidados por dioses extranjeros. Es inútil preguntarse si estos dioses son mejores o peores que los antiguos, dado que no existe entre ellos ninguna relación, así como las viejas postales y fotos no representan a Villanueva como era, sino a otro pueblo, que por casualidad se llamaba Villanueva como éste.


José Luis Martínez Rubio. Septiembre de 1997.
Adaptación de una historia de Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino.

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